Ponencia presentada en el Congreso Internacional Presupuestación Pública Responsable con la Igualdad de Género
9-10 Junio, 2008, Bilbao
Análisis de impacto de género: algo más que un ejercicio técnico
La Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer que tuvo lugar en Pekín (Beijing) en 1995 invitó a los gobiernos y a los demás agentes a integrar la perspectiva de género en todas las políticas y los programas para analizar sus consecuencias para las mujeres y los hombres respectivamente, antes de tomar decisiones.
Esta ponencia trata de explicar los fundamentos de la evaluación del impacto de género de las políticas públicas. Las mujeres y ‘sus labores’ han estado excluidas de todos los
espacios públicos, el análisis económico les ignora, las estadísticas públicas les invisibiliza, las políticas públicas desatienden sus necesidades y, a todos los niveles, estamos acostumbrados/as a no tener en cuenta su existencia. Por eso la Ley 30/2003, en su exposición de motivos, destaca que las preocupaciones de la mujer aún tienen una prioridad secundaria en algunas partes del mundo, y continúa recordando que la Comisión de la Unión Europea ante la constatación de que decisiones políticas que, en principio, parecen no sexistas, pueden tener un diferente impacto en las mujeres y en los hombres, a pesar de que dicha consecuencia ni estuviera prevista ni se deseara, aprobó una comunicación sobre la transversalidad (mainstreaming) como un primer paso hacia la realización del compromiso de la Unión Europea de integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas comunitarias
Pero la evaluación de impacto de género no es un mero ejercicio técnico. Su necesidad se deriva precisamente de que las políticas públicas no son neutrales sino que reflejan, a la vez que potencian, un modelo de sociedad patriarcal. Este modelo de sociedad desigual se transmite a través de todas las políticas sociales, económicas, educativas, sanitarias, etc., pero estos mecanismos no son explícitos y cuesta mucho desvelarlos. La tradición y la costumbre aparecen como ‘lo natural’; y las políticas públicas se consideran ajenas a la desigualdad que ellas mismas producen. Presentada la actual como la única sociedad posible, solo se puede decir sí. Sin embargo, otro modelo de sociedad es posible, un modelo basado en la igualdad total entre hombres y mujeres, una sociedad en la que no exista la división social del trabajo. Y la experiencia histórica internacional nos proporciona evidencias científicas de que este modelo de organización social, basado en personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad, no solamente es posible sino más eficiente económicamente. Además, las mujeres han demostrado con creces su resolución irreversible de abandonar la marginalidad, lo que nos obliga a organizarnos de otro modo si queremos asegurar la pervivencia de la especie humana con un mínimo de democracia.